
No me des todo lo que te pida, a veces solo pido para ver hasta cuánto
puedo tomar.
No me grites, te respeto menos cuando lo haces, y me enseñas a gritar
a mí también, y yo no quiero hacerlo.
No des siempre órdenes… Si en vez de órdenes, a veces, me pidieras
las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.
Cumple las promesas, buenas o malas… Si me prometes un premio
dámelo, pero también si es castigo.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer,
decídete y mantén esta decisión.
Déjame valerme por mí mismo, sí tú haces todo por mí, yo nunca
podré aprender.
No digas mentiras delante de mí ni me pidas que las diga por ti,
aunque sea para sacarte de un apuro, me harás sentir mal y perder la fe
en lo que me dices.
Cuando yo haga algo malo, no me exijas que te diga por qué lo hice, a
veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estés equivocado en algo, admítelo. Crecerá la opinión que yo
tengo de ti y me enseñarás a admitir mis equivocaciones también.
No me digas que haga una cosa que tú no haces, yo aprenderé y haré
siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas, pero nunca haré lo que tú
digas y no hagas.
Cuando te cuente un problema mío no me digas: “no tengo tiempo
para boberías o eso no tiene importancia”. Trata de comprenderme y
ayudarme.
Y quiéreme, y dímelo, a mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas
necesario decírmelo.
Extracto del Libro La Danza de las Emociones Familiares de Mercedes Bermejo ❤️